lunes, 6 de mayo de 2013

Subía por los médanos, como podía. A lo lejos se divisaban algunas casas. El ruido de los cuatriciclos enturbiaba la tarde, sobre todo y más que nada, los oídos de la tarde. De mi tarde. Unos cuantos chquilines jugaban a armar castillos de arena. Ni siquiera nos dimos cuenta de que un médano cercano empezaba a moverse, a desplazarse lenta, lentísimamente, hacia mi izquierda. Cuando quisimos acordarnos, una ballena enorme, blanca, lo había destruido, y de la arena previa no quedaba nada. Estábamos todos en medio del mar infinito. Entonces decidí cambiar de canal.

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