miércoles, 26 de noviembre de 2008

un 26 de noviembre

Estoy en Rosario.
La vieja ciudad de los '80 y parte de los '90 (míos, claro), sobrevive, fiel a sí misma, con sus taxistas que comentan la situación económica, como cualquier taxista, pero distinto; con mis tías y primas y "contactas" de Internet, que me muestran el paisaje del barrio Echesortu. Con mi abuela...bueno, la mamá de mi tía, con su Alzheimer y su cara de nada y su felicidad tan redondamente indiferente, con la hijita de mi primo el menor, que tiene una cara llena de ojos y unas pestañas de película y una sonrisa de actriz de Hollywood a sus nueve meses.
Esta Rosario donde tanto viví, que tanto añoré como el lugar donde, por una vez en la vida, tuve "mi" casa, aunque acostumbre a hacer de cada lugar donde vivo "mi" lugar, poblándolo del paisaje de los amigos, que es, para mí, lo único que le da un sello personal a cualquier lugar en el mundo.
Hoy, ahora, más precisamente, mientras escribo esto, un soñador de pelo largo que perdió el pelo pero no las mañas anda cantando por ahí a alguna Señora, o a muchas, los sueños que su pluma festiva creó para ellas. Hoy, aquí, mientras sentada en un ciber de la terminal intento una crónica, en el día que, si mal no recuerdo, cumpliría años el Negro Fontanarrosa, un aire como de complicidad muda y sorda, pero sólo de a ratos "ciega", flota en el aire, en este aire limpio que tienen ahora los bares rosarinos, desde que se erradicara el pucho por ley.
Cuánto has cambiado, Rosario, desde el '94 para acá...Y, sin embargo, un pedazo muy intenso de mi historia se quedó en tus calles.
Mañana voy al recital.
Au revoir.

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