lunes, 19 de enero de 2009

cae la tarde

La tarde está quieta, como mi corazón, que casi ni late.
Se han acallado los susurros del viento.
Por fortuna el verano nos dio un respiro.
Un grupo de adolescentes pasa, diciendo bobadas, frente a mi puerta.
Desde el patio se oye el mecanismo del toldo que mamá descorre.
Vengo de mi clase de Pilates, donde la profesora descubrió que me bastó el fin de semana para torcer todo mi cuerpo hacia la derecha.
Este esqueleto sin duda ha de tener recambio. Cuando me toque el turno voy a reclamar, pero a los gritos.
La cosa es que de vuelta de gimnasia pasé por el kiosco de una amiga, con la que estuve hablando de astrología, mientras llegaba una amiga suya y me presentaba al gato al que hace unos días me pidieron que le hiciera reiki. Un siamés divino.
Mientras tanto, uno de esos "perros del pueblo" que tiene domicilio en su minimarket, recibía encantado los Twistos que yo le iba tirando desde mi banquito alto.
Ahora todo está en calma.
La tarde cae.
Cada vez disfruto más de la paz. ¿Por qué el mundo insistirá, todavía, con la guerra?

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