Después de todo estamos vivos,
más vivos cada vez.
Con hambre de justicia
y mucha, mucha sed.
Cruzando el horizonte,
cantándonos los cuentos.
Cantamos con las tripas
el son del corazón.
Estamos vivos, nuevos,
nuevos en cada aliento,
que no nos suprimieron
los garantes del miedo.
Vivos. Vivos y ciertos,
felices, irredentos.
Sin verguenza ninguna
de cicatriz ni hielos.
Y mientras se despierta
nuestra canción de dos,
que abre los ojos siempre,
diez veces por segundo,
el latido del mundo
latiendo en nuestro pecho
desparrama aleluyas
por nuestros ojos nuevos.
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