sábado, 23 de febrero de 2008

algo así

Insuflo vida a un gato de cerámica, que se transforma en un Golem a domicilio.
Veo temblar los lirios desde el llano, añorando montañas catalanas.
Canto, desafinando, como siempre, una canción que gesta vida nueva.
Me trepo al misterio de la vereda para escuchar un tango a contramano.
Sonrío porque sí, y es mi sonrisa una broma pesada y calculada.
Llueven flores desde alguna cornisa. Sigo cantando lo que me da la gana.
Juego a mirar de reojo los laureles. Ellos se encaraman en mi falda.
Canto al revés una canción extraña, mientras suben las quejas del vecino.
¡Que calle de una vez!, brama la turba. ¡Que se llame a silencio esa cotorra!
Yo me río. Al reírme se me nota que todo el recital fue intencional;
tenía ganas de verte, vecindario, y cómo hubiera hecho sin cantar.
Tenía ganas gregarias, y los monjes no suelen salir tan tarde a celebrar.
Tenía ganas de decir mi alegría, y como nadie tenía ganas de escucharme
tuve que armar un rosario de trinos, que parecen alarmar a cada uno.
Brindo por este encuentro clandestino, a las diez de la noche, en plena calle.

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