martes, 1 de enero de 2008

Madrugada. Martes 1º, 2008.

De vuelta de penumbras y de ocasos,
girando en el tiovivo de la infancia,
encendida de lunas esmeralda,
buscando un trashumante en el camino,
corriendo tras las huellas del instinto
al camposanto de los comedidos,
paseando duermevelas en carroza,
fantaseando con la nave nodriza,
encuentro extraterrestremente a los terráqueos,
me asombro de su asombro simulado.
Me cuento una historieta con atraso,
me mofo del gran Burlador enano.
Me subo a dos mil árboles atletas,
me deslizo por lianas de susurros,
y me río, y me río, aunque vos rías,
de lo barato que te salió este curro.
Me agendo tu cumpleaños en un puño,
para ir a estampártelo en la cara.
Me nutro del doblez de tu mirada,
y me esfuerzo por siglos de segundos.
Será lo que ha de ser, y aunque no seas
ni el Principito (Exupéry llora), ni la Virgen del Carmen,
ni aquella carmelita en traje sobrio,
aquella carmelita tan calzada,
que me estampó de golpe su mirada,
creyendo, creo, que me intimidaba,
aunque no seas nadie, ni seas nada
(ya ves: colecciono nadies, nadas),
aunque creas que sos lo que un día fuiste,
patético bufón en camiseta,
tus tretas de gerente del orgasmo
no pasman ni un centímetro mi tinta.
Y me muevo, y se mueven los corsarios,
y se quiebra tu luna, y no mi luna,
y se muere un gorrión que no madruga,
y se desdice un ángel rezagado,
mientras yo te lo firmo, y lo confirmo:
todo vuelve; la rueda gira y gira,
y en el saco en que guardás tu alforja
no hay espacio para un billete nuevo:
el billete de avión hacia mi isla.

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