sábado, 17 de marzo de 2007

venado

Hago un alto en la historia de la "incomunicada de la comunicación" para hablar de aquellas pequeñas cosas.
Me gratifica enormemente el desayuno que me sirven cada mañana en el café de enfrente. Ver las caras de siempre: el grupo de los veterinarios, la pareja de viejitos, infaltable, la otra pareja de gente más joven que está todos los días sentada a la misma mesa, café de por medio, contándose vaya uno a saber qué cuitas...los mozos, o, mejor dicho, a la mañana, la moza, Nadia, que pese a toda su timidez logra una atención, digamos, correcta, la cajera, Paola, que siempre amaga con irse pero siempre se queda...
Amo esta ciudad que me vio nacer, donde todo el mundo me conoce, tan lejana y distinta de aquella Rosario que nunca terminó de integrarme. Amo sus calles, su tranquilidad, el hecho de que todos seamos una especie de gran familia, donde nadie nos resulta extraño...
Aunque siempre sueño con irme a vivir una vida distinta a un lugar remoto, tal vez haya encontrado aquí, aunque me cueste reconocerlo, mi lugar en el mundo.

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